Vivimos en un mundo de locos, y parece que hemos olvidado que de vez en cuando hay que reposar, dejarse llevar por la belleza de lo que nos rodea, por la naturaleza, o simplemente de “perder el tiempo”.
Una de las cosas que siempre me ha
atraído de la cultura japonesa es como aún entre la monotonía, los agobios y
las presiones de la vida moderna, aún conservan tradiciones que conllevan un proceso lento y lleno de detalles, o el amor por la naturaleza . Por ejemplo, con los cerezos en flor el país se convierte en una fiesta.
O el caso del único pino superviviente del tsunami de hace dos años, el cual al morir ha sido inmortalizado en resina.
Este modelo artificial ha sido instalado donde estuvo el original para recordar la resistencia y la supervivencia
ante las catástrofes.
Hay una meticulosidad, una apreciación
de los detalles como la forma de ponerse el kimono, o el orden de los trazos al
escribir, que hemos perdido en el mundo Occidental. Nos importa el resultado antes que el proceso, y es entonces cuando perdemos parte del aprendizaje a la hora de realizar cualquier tarea.
Quizá sería bueno para nosotros
detenernos de vez en cuando y dedicar más tiempo y meticulosidad a algunas de
nuestras tareas cotidianas. A mí, personalmente, hacerlo me relaja bastante.
Nuestra mente nos los agradecerá. Porque
en esos momentos, en la simpleza de simplemente detenerse 10 segundos a mirar
el cielo al atardecer cuando salimos del metro, es donde encontramos la
felicidad.